viernes, 3 de abril de 2009

La gente desbordó las calles para despedir a Don Raúl

Más de cien mil personas acompañaron el féretro desde el congreso hasta la recoleta.


Los aplausos y los cantos partidarios de los militantes radicales se mezclaron con el grito de “¡Al-fon-sín!, ¡Al-fon-sín!”. La lluvia precedió la ceremonia, pero se acabó durante la caminata.

En la soledad de la cornisa, a media asta, la bandera del Congreso dice muy poco sobre lo que acontece en la calle. Metros abajo, sobre el asfalto mojado y regado por la bosta de los caballos de los granaderos, hay más que luto. Cientos de miles de ciudadanos gritan “esperanza”. Alaban la democracia. Se reencuentran en paz. Lloran a Raúl Ricardo Alfonsín. Reclaman diálogo.

Adentro del Parlamento, besan al amigo, al padre, al hermano, al abuelo, al bisabuelo, por última vez. Afuera esperan al líder, al ex presidente. Se cierra el ataúd. Pasaron 36 horas desde que comenzó el funeral.

Antonio tiene una boina que alguna vez fue blanca. Hace años que la lleva con él. De a ratos la acaricia. Se la bordó su mamá hace más de treinta años, cuando comenzó a militar en la Juventud Radical. Con ella gritó el Preámbulo en octubre de 1983 en el Obelisco, en el cierre de la campaña de Alfonsín. El 10 de diciembre de ese año la llevó puesta hasta la Plaza de Mayo, en el día de su asunción. También la vistió en las “Felices Pascuas” y con el regreso de la Alianza. Desde aquellos días la había olvidado en el fondo del placar. Hasta ayer.

“¡Claveles! ¡Rosas!”. El Gallego de Belgrano y Entre Ríos, el de la zurda coja, tiene una buena mañana. Es mediodía de jueves y en su puesto de flores le queda muy poca cosa. Vendió casi todos los atados a cuatro pesos cada uno. Salvó la semana. Unas horas más tarde, esas flores volverían a costar entre uno y dos pesos. Hubo quienes pagaron por esos pétalos lo que no hubiesen gastado en el Día de la Madre. Algo habrá tenido ese hombre que compartió las iniciales de su nombre con los de la República Argentina.

“Raúl está presente. Se siente. Se siente”. Frente al Congreso, la muchedumbre se somete a la pasión. Julia y Viviana se trenzan en un abrazo largo. “¡Cuántos años!”, se dicen, y se besan. Veinte años atrás habían militado juntas en Franja Morada, en la Facultad de Derecho de la UBA. Y no se habían vuelto a ver. “¿Te casaste?”, pregunta una. “Sí. Tengo una hija: Alfonsina”.

Cerca de las 13 comienza a lloviznar. El cielo está cerrado. Gris. “Me vine desde Malabrigo (Santa Fe) para saludar al presidente. Pero para ver a (Julio) Cobos”, confiesa un cincuentón, de bigote tupido y campera raída. Unos minutos más tarde el hombre cumple su sueño. Lo ve a la distancia descender por la explanada del Congreso. “¿Lo ve? Parece en granadero”, se emociona.

El locutor anuncia que el féretro está por salir. Los familiares y políticos se disponen en las escalinatas del Parlamento. Unos a la izquierda. Los otros a la derecha. Los aplausos nacen desde las entrañas del Congreso. La guardia de seguridad lleva el féretro hasta la cureña. “¡Al-fon-sín! ¡Al-fon-sín! ¡Al-fon-sín!”, grita la gente.

En ese mismo momento, se abre un claro en el cielo. El sol se hace paso entre las nubes e ilumina al féretro que en ese preciso instante es estacionado por los granaderos frente al acceso principal.

El aplauso cerrado le da el pie al arzobispo de Rosario, monseñor José María Arancedo, primo hermano de Alfonsín, para iniciar la misa de acción de gracias. “Estamos aquí para despedir a un hombre bueno, a un político honesto, a un ex presidente de nuestra Patria, al doctor Raúl Alfonsín”, entona. Las lágrimas brotan. “Nos entristece la partida. Pero el reencontrarnos con su altura moral nos hace muy bien a nosotros”, predica Arancedo. Y consagra el pan y el vino y ora. La gente ora. “Padre nuestro”. “Amén”. “Nos damos fraternalmente la paz”, indica el obispo. La muchedumbre se besa. Se abraza con fuerzas. Con llanto. Con emoción. ¿Se habrán besado así el domingo pasado en la iglesia?

El sable en lo alto. Suena la corneta estridente en la plaza. La cureña avanza, detrás del escuadrón San Lorenzo que se abre paso entre la gente. Las rosas vuelan. Los claveles vuelan. “¡Al-fon-sín! ¡Al-fon-sín!” se escucha otra vez. Chocan las flores contra el ataúd. Algunas quedan atrapadas en el bastón de mando que corona el féretro. Otras caen al piso y desaparecen entre los pies que avanzan, lentos, pesados. En la primera fila los familiares. Los amigos. Las autoridades. Más atrás, la fanfarria Alto Perú. Los vencedores de Pasco llevan el ritmo de la procesión, la marcha fúnebre. Y al final la militancia mezclada entre más “público presente”.

La columna postrera está liderada por una cadena humana literalmente presidida por Julio Cobos. La cúpula radical avanza hacia la Recoleta entonando glorias de ayer y sus esperanzas de hoy. “Siempre adelante, radicales...” Los muchachos de Formosa 114, los Irrompibles, llenan el cielo con sus banderas. Velaron la noche en la plaza. Muchas noches se saltearon desde 1999, cuando el caudillo se accidentó en Río Negro, entonando su rezo laico por la salud de Alfonsín.

La marcha avanza. Desde los balcones la gente grita “¡viva Alfonsín!”, “¡viva Cobos!”, “¡volveremos, volveremos!”. Todos quieren verlo pasar. Verse pasar. Al llegar al cementerio la gente se irrita. No hay lugar para todos. Un hombre con la boleta Nº 3, la original de aquel 30 de octubre de 1983 con la fórmula Alfonsín-Martínez, y un clavel, llora el paso del féretro. Saluda por última vez al ex presidente. Llueve otra vez.

Decenas de militantes entraron a la fuerza al cementerio

La multitud que siguió el cortejo fúnebre provocó un solo momento de desborde ayer.Ocurrió cuando la cureña que llevaba el cuerpo de Alfonsín llegó al Cementerio de la Recoleta.

La gente, que hacía rato había pasado las vallas de seguridad que protegían las puertas del cementerio, se abalanzó sobre la entrada. Varias decenas de militantes radicales pudieron así llegar hasta la ceremonia que estaba reservada sólo para un puñado de familiares y los dirigentes políticos más cercanos al ex presidente.

La gente se calmó sólo cuando Ricardo, uno de los hijos de Alfonsín, tomó un micrófono para pedir que abrieran paso para que entrara el féretro al lugar.

Enrique Pinti, el que siempre lo hizo reír, esta vez lloró por él

No rió, ni hizo reír. Ayer, Enrique Pinti salió al balcón de su casa, en la avenida Callao y aplaudió el paso del féretro con los restos de Alfonsín. La gente le devolvió el aplauso hasta que el humorista rompió en llanto. Un militante que marchaba por ahí reflexionó: “Ahora que nos aplaude debería reescribir sus monólogos. Nunca nos trató bien”.

El cariño eterno de un bisnieto inseparable

Rodeado por una de las más trascendentes reuniones de la clase política argentina desde la restauración democrática, un chico de camisa blanca y suéter azul se robó las miradas de buena parte de quienes pasaron por el Salón Azul del Senado entre el miércoles y jueves. El chico es uno de los bisnietos de Raúl Alfonsín y que solía pasar las fiestas familiares en la casa de su bisabuelo. En el Congreso pasó varias horas mirando junto a uno de sus primos a la gente que subía las escalinatas del edificio luego de hacer cuatro horas de cola sólo para despedirse del líder radical.En varias ocasiones, los fotógrafos del Senado y de la Cámara de Diputados retrataron el miércoles al chico acariciando el cuerpo de su bisabuelo o custodiándolo.Ayer, el niño dejó de jugar con uno de sus primos para seguir cada uno de los discursos que los dirigentes de la Argentina y del exterior pronunciaron para despedir al ex presidente, que dejó su cargo varios años de que su bisnieto naciera.

El bastón de mando quedó para la familia

Ricardo Alfonsín recibió de manos de la guardia de granaderos el objeto más simbólico de los que tuvo en sus manos el ex presidente: su bastón de mando. En nombre de la familia, el único hijo de Alfonsín que se dedicó a la política se quedó con el bastón que había pasado todo el velatorio sobre el cuerpo del ex mandatario, enlazado en su mano izquierda y por debajo de la banda celeste y blanca que identifica a los presidentes argentinos. El bastón tiene un mango de plata con el escudo nacional y pequeños cardos tallados, uno por cada una de las provincias argentinas.

Un custodio que lo acompañó hasta el final

No se separó del ataúd ni un minuto. Tal como lo hizo durante 25 años, Daniel Tardino (en la foto a la derecha) acompañó a Raúl Alfonsín hasta último momento. Estuvo a su lado desde que asumió la Presidencia de la Nación en 1983. También cuando fue senador en 2001. Tardino fue, hasta el martes pasado, el jefe de la custodia. Pero fue mucho más. Lo acompañó en cada salida, en cada reunión de la UCR, en cada festejo de cumpleaños. Dicen sus correligionarios que nunca faltaba. También estuvo a su lado la noche del 17 de junio de 1999, cuando la camioneta en la que viajaba Alfonsín volcó en la ruta 6 por la lluvia, la nieve y el hielo. Tardino iba en el auto de atrás y rápidamente auxilió al ex presidente, que estaba muy grave. Fue él quien lo llevó al hospital del Pasaje La Esperanza, en Río Negro, antes de que llegara la ambulancia. Tal vez le salvó la vida. Como aquel día, como durante la caminata de Alfonsín por el regimiento de La Tablada o en aquel viaje hacia Monte Caseros donde esperaba el carapintada Aldo Rico, Tardino estuvo ayer junto a su jefe.

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